lunes, 23 de junio de 2014

Problemas de izquierdas. Complejidad de intereses, dispersión

La falta de democracia en los partidos es un serio problema -lo trato en Agitando Izquierdas- que tiene relación con la corrupción, aquellos militantes corruptos se sienten poco controlables en sus actividades por parte de los representados, poder elegir en listas no bloqueadas permitiría quitar a los mas chungos, tiene que ver con la financiación irregular, al no tener control sobre ellos dará lugar a ventas y prebendas,  la falta de democracia interna posibilita poco control sobre los aparatos de partidos y no poder remover cargos con facilidad por responsabilidad política al margen de penalización judicial… Evidentemente son necesarios cambios legales, pero nada se andará mientras en los partidos no entre aire renovador, nuevos individuos, otras fuerzas que pongan en marcha las maquinarias ante el agotamiento que muestran, porque más importante que las leyes son los comportamientos de las personas que ya deberían haber producido cambios, con el marco legal existente. Otras reglas de juego para cambiar los partidos solo serán posibles si son empujados a cambiar, previamente. 
Democracia interna y cambios en la militancia son imprescindibles, pero sin olvidar que además de las cuestiones anteriormente citadas hay otra serie de problemas generales, que afectan a todos los europeos, y que influyen con fuerza en la crisis de las formaciones izquierdistas. Empiezan a ser visibles con Thacher y Reagan y se hacen más evidentes desde la caída del muro de Berlín, son transformaciones profundas que experimentan obreros y trabajadores. Las bases sociales tradicionales de izquierdas, se trocean y dispersan, aumentando la complejidad de intereses enfrentados. El agotamiento de los partidos en España, hoy clamoroso, ya era visible a partir de la segunda mitad de los noventa y también tiene que buscar explicaciones y respuestas a estos cambios.

Social y políticamente sería una catástrofe la desaparición de un fuerte partido progresista, socialdemócrata o similar, porque hoy por hoy no se vislumbra una fuerza de similar potencia capaz de ganar unas elecciones que pudiera sustituir los gobiernos derechistas. Sin embargo tampoco se ven posibilidades de vencer a la derechona con el PSOE existente, quien podría estar inmerso en un cierto grado de descomposición. En los malos momentos, aparecen las desavenencias y las peleas soterradas durante mucho tiempo, agravado porque son muchos años de orillar debates que ahora estallan todos al tiempo y mezclados, la mejor forma para no encontrar salidas a ningún problema.

‘Podemos’, hace aflorar los nervios de la izquierda, IU, PSOE, y los grupos pequeños, hoy parece que su éxito es imparable; nadie tiene una bola de cristal, pero, lo que rápidamente surge también rápidamente podría desaparecer, -el exceso de sobre expectativas puede resultar indigesto- ya veremos cómo van adaptándose y resolviendo sus contradicciones cuando empiecen a elaborar y reiterar discursos, comiencen a organizarse, a discutir y preparar programas y alianzas para municipales y generales, etc. el caso es que hoy en todos los grupos políticos empiezan las carreras nerviosas para ver ¿quién está más allá? Todos quieren parte del pastel electoral que cede la socialdemocracia, -y quieren atraer a parte del electorado popular- pero de los 10 u 11 millones de votos socialistas de antaño, solo entre 1 o 2 millones son auto-titulados izquierdistas, en terminología demoscopia, el resto son de centro izquierda, sin olvidar que muchos votos al PSOE son de centro derecha.

Fuente: Metroscopia. EL País. Febrero 2014.
  
Si un partido quiere ganar el poder político tendrá que contar con gran parte de los veititantos millones de votos centristas –en terminología encuestas- y ello implica relajar posiciones, discursos y programas. El poder político es útil para transformar la vida de millones de personas, la paradoja en estas sociedades democráticas, como la española, es que quien pretenda modificar e influir en la vida de muchos millones de personas tendrán que abandonar extremos. Las luces repentinas pueden cegarnos, pero en general, cuanto más extremistas sean los proyectos a menos gente influirán, lo cual quiere decir que la mayor mejora de condiciones de vida, en extensión y profundidad, para poderse producir, requerirá ganar las elecciones y ello lleva aparejado menores extremismos en discursos, programas y medidas. 

Este es un viejo dilema en las sociedades democráticas, donde el voto condiciona conseguir poder político; en la Transición el PSOE de Felipe González logró resolverlo a su favor apostando por modernidad y progresismo, descargándose de marxismo, izquierdismo y republicanismo. En la sociedad actual el resultado del 99% que económicamente se puede contraponer al 1%, considerarlo de forma similar en el terreno político es una equivocación mayúscula, actuar en consecuencia con la consigna de todos somos iguales y podemos ir unidos es una tontería; no ocurre en parte alguna que una sociedad camine unida al 99% en torno a iguales criterios de construcción social. La existencia de partidos, o partes de la sociedad, es una de las muestras de la diversidad de intereses en torno a problemas comunes. Es más, en las sociedades modernas aumentan la complejidad y transversalidad de las opciones e intereses políticos, haciendo mentira que todos queramos las mismas cosas para resolver iguales cuestiones; y la tendencia a simplificar solo empeora las salidas a problemas concretos, que aquí pocos abordan apoyándose fundamentalmente sobre criterios racionalistas.

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