viernes, 19 de abril de 2013

La Transición no fue un camino de rosas


La Transición no fue un camino de rosas, al contrario, fue un terreno de luchas en el que nadie regaló nada, como ustedes podrían imaginar si leyeran estas 82 páginas sobre las huelgas del comienzo del 76, uno de los muchos acontecimientos convulsos de aquellos tiempos. O como pueden comprobar en las imágenes de conflictos y luchas que publico habitualmente bajo la etiqueta de aquellos tiempos.

Ningún bando, grupo o partido político derrotó totalmente al otro, así que el resultado formulado en un contrato social que dio lugar a la sociedad que hemos vivido durante 35 años, tenía mezclas, briznas o tintes de variadas partes. Al igual que pasa en todas las sociedades modernas. Conviene recordar que la recientemente muerta Thacher y Reagan, impulsaron en los ochenta las políticas neoliberales por el mundo, mientras en España la resultante de luchas de los 70 y 80, llevó la victoria a la corriente socialdemócrata que impulsó, en esos años ochenta, la creación del estado de bienestar, justo en la época en que se empezaba a combatirlo. Estado de bienestar que se está desmontando hoy día; lo cual indica que, si el PP lo está desmontando, es porque ya existía previamente montado.

Desde hace años mantengo la tesis de que gracias a aquellos tipos de entonces, -varios miles de extremaizquierdosos, marxistas leninistas, comunistas, trotskistas, pro-soviéticos, maoístas, anarquistas…- influyeron en los rojos y demócratas, y junto con su empuje en las luchas obreras, movimiento estudiantil, luchas en barrios, movimientos vecinales… torcieron la rama del árbol de la dictadura al otro extremo de donde se encontraba, lo cual permitió en la Transición crear una sociedad bastante más avanzada en libertades, igualitaria y justa, que aquella que pretendían imponer los  franquistas. La influencia del  izquierdismo extremista empujó a decenas de miles de personas más allá de lo que pretendían otros militantes y partidos, desde los menos rojos, hasta los azules.

No solo los demócratas -de los que había muy pocos- construyeron esta sociedad, que nadie diseñó tal cual conocemos, también estuvieron empujando unos cuantos miles de anónimos militantes, a pesar de que muchos de ellos nunca se identificaron con el resultado, porque evidentemente, la resultante fue una mezcla, de un conglomerado de vectores de fuerzas contradictorias y opuestas, lo cual por otra parte dio consistencia y durabilidad al producto final.

Influencia no quiere decir que dirigieran todos aquellos procesos sociales, sino que pudieron predisponer, convencieron en parte, empujaron un poco, a otros líderes y partidos, a grupos sociales e intelectuales, que a su vez interactuaban entre sí y con los extremaizquierdosos, formando una amalgama de pocas decenas de miles de personas que interrelacionaban con grupos mucho más numerosos de gentes que se movilizaban para luchar por mejoras en las fábricas, barrios y universidades… grandes movilizaciones sociales de aquellos tiempos, -no por la revolución socialista, ni democrático popular…- muchas de las cuales tenían como objetivo vivir en otra sociedad, pero en la forma de lograr mejoras en las condiciones de vida y trabajo, y en libertades concretas, lo cual equivalía a decir para muchos millones de españoles, mayores salarios, ambulatorios y colegios por los barrios, menos barro y transportes públicos, instalaciones sanitarias de aguas en miles de pueblos y ciudades, abrir puertas en la Universidad a los hijos de obreros, pensiones, derecho a vacaciones pagadas, libertades para las mujeres, posibilidad de votar, etc. etc.

La sociedad que hemos vivido estos 35 años, no existe por el mero  transcurso del tiempo, -el paso del tiempo puede conducir hacia una dirección u otra, al futuro y al pasado-, ni la democracia llegó por un monarca, o libreto de tal o cual líder, ni porque un partido político tuviera una hoja de ruta a seguir. La democracia española llegó como resultante de muchas y variadas fuerzas en lucha, con intereses contrapuestos. No avanzó más, por falta de fuerzas que superaran a sus opositores, pero ¡ojo! tampoco avanzó menos, porque a las fuerzas contrarias se opusieron las luchas de los que empujaban adelante.

Durante aquellos años no existió un partido político que tuviera gran hegemonía sobre el resto, ninguno fue capaz de imponer sus criterios, sus objetivos, al conjunto de la sociedad, de manera que durante un tiempo muchas posibilidades de salidas diferentes parecían estar abiertas. Había partidos con mayor implantación que otros, sin duda, pero en general las militancias que lideraban los procesos, las luchas, los enfrentamientos, no eran muy numerosas, y la permeabilidad entre ellas se producía fácilmente.  

Los líderes, las minorías militantes, no deben confundirse con los grandes grupos sociales que a su vez impulsan, acompañan o apartan a líderes, siglas o corrientes ideológicas. En los ochenta, millones de españoles eligieron líderes y proyectos socialdemócratas, y no las corrientes más izquierdistas. Hasta que se gastan o agotan ambos colectivos, y su tiempo termina y entonces, ya que el vacío no existe en política, el espacio es ocupado por otras fuerzas antiguas o nuevas, como ocurrió en los noventa. Y empezamos el nuevo siglo con otros problemas.



 


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