martes, 21 de junio de 2011

Los indignados no traen la revolución. Ni falta que hace. 1

Dicen algunos al ver las acampadas y sus movilizaciones, ‘imparable oleada de poder ciudadano’, ‘son nuestro hijos haciendo la revolución’, yo no creo que sea para tanto, pero, ni falta que hace. Sean bienvenidas las movilizaciones de indignados tal cual, y además no conviene poner el listón tan alto porque luego no se le ve ni se percibe su inconveniencia.

Hoy por hoy, a un mes de su nacimiento, son algo necesario pero no excluyente de otras opciones y a la recíproca, como son las movilizaciones de parados, o las del mundo sindical, o el movimiento estudiantil, o la acción de agrupaciones y partidos políticos, de los grandes y de los grupúsculos, de las ONG’s y movimientos vecinales, o el sin fin de grupos locales con reivindicaciones concretas y parciales, todos ellos y muchos más continuarán coexistiendo, aún cuando ninguno tenga la importancia mediática lograda por el 15-M.

El movimiento hoy aparenta vitalidad de crecimiento, aunque aún no tiene fuerza suficiente como para imponer sus reivindicaciones, parece con ganas de perdurar en el tiempo, o al menos de fortalecerse en este año y ya veremos en el futuro próximo.

La actividad del Movimiento 15-M, una movilización ciudadana, puede contribuir a generar salud democrática en esta sociedad y hoy concita gran ilusión en la ciudadanía necesitada de la misma, por su iconografía y simbología, por su capacidad de aglutinar cabreos e ilusiones, por su enorme influencia mediática, su propuesta deliberativa sin tapones impuestos, su carácter asambleario, y su transversalidad ideológica, de edad, clase, sexo, raza, religión, y por su pacifismo, seña de identidad que le dota de fuerza específica y diferente, hasta ahora, y permite la incorporación de niños y ancianos a su ágora.

Un icono de esta época, será la utilización del espacio público con la finalidad de reunirse la ciudadanía para discutir. Pocas veces las plazas han tenido mejor destino que éste, para el que en principio fueron creadas, ya no son solo usadas para ejercitar derechos de manifestación, o de mercadeo, sino para hablar y discutir, para reunirse y desgranar los problemas de esta sociedad.

Sus fuerzas actuales, más bien escasas, suman voluntades todavía preferentemente en el rechazo a lo existente y en la expresión de indignación, más que en la lucha por unas propuestas concretas que, aunque existen, algunas con carácter suficiente como para sumar en la misma dirección, aún son insuficientes las fuerzas agrupadas para conseguir los sueños. A su alrededor, la iniciativa popular se despierta en todos los campos, una vez más, como en los grandes momentos, va sumando acciones, grandes y pequeñas, locales y generales, establece relaciones más ligeras y amplias que las de militancia tradicional apoyándose en las nuevas tecnologías y hasta ahora va aportando soluciones a problemas de comunicación de gestión y acciones reivindicativas.

Probablemente en algún momento cercano perderán la efervescencia de los medios que han impulsado la simpatía general, mas en el centro izquierda, perderá fuerza la importancia de las redes sociales y se dotarán de estructura orgánica, una o varias, (pueden salir varios grupos) y algunos establecerán relaciones más estables con otros movimientos y organizaciones existentes, incluidos los partidos roji-verdes que empezarán a considerar sus propuestas en mayor o menor medida, en parte para integrarlas, porque no tendrán otra salida si quieren seguir existiendo en esta sociedad.

Los indignados son una mezcla de ciudadanos de edades diversas, preferentemente jóvenes, como siempre ocurrió en las movilizaciones sociales, jóvenes precarios, activos y en paro y también hay maduros, hay parados y trabajadores fijos, jubilados y prejubilados, padres y madres que van a ver a sus hijos mayores y otros que van con sus hijos incluso los pequeñitos en brazos, sectores feministas y sectores alternativos, soñadores y viejos militantes de otras batallas, etc.

Fundamentalmente son la punta de lanza de una indignación y hartazgo, en esta larga etapa de crisis económica sin salidas visibles y de empobrecimiento democrático, que claman contra el alejamiento y abandono de líderes, contra la sordera y ceguera de la llamada clase política, contra algunas cosas que a muchos molestan: la corrupción, la imposibilidad de controlar y elegir a nuestros representantes, o el diferente peso de los votos/cargos electorales, contra la poca permeabilidad de los partidos en recibir propuestas y en atenderlas, por la eliminación de actitudes de elitismo político alejadas del pueblo, etc.

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