sábado, 13 de febrero de 2010

Sobre la economía

A raíz de la publicación en prensa del artículo “El factor Phelps” de Stiglitz, El País, 22-XII-2006, algunas personas mantuvieron una polémica sobre Phelps de la que entresaco unos párrafos de mi amigo Pepe para MIS INVITADOS.

Tema Phelps. Olvídate de cómo se ha transformado el plan de estudios de Económicas, porque los planes de estudios de las carreras deben, por lo menos, tanto a criterios racionales o las necesidades sociales del saber, como a las necesidades de la producción, del mercado, y del mercado laboral por supuesto, a las tendencias académicas imperantes, a ciertas modas sociales -¿por qué tanta gente quiere ahora estudiar carreras o maestrías (masters) relacionadas con el mundo de la empresa (empresariales, económicas, MBA, etc)- y, por supuesto, a las necesidades e intereses, no siempre claros ni honestos, de departamentos, facultades y universidades.
El que los estudios de economía occidentales (no sé nada de los chinos o de los coreanos), o por simplificar la economía haya pulido sus herramientas haciéndolas más precisas en ciertas áreas no indica que haya podido sustituir las intuiciones o las presunciones básicas sobre las que se asienta como teoría (presuntamente) científica y sobre las que se levanta el imponente edificio de la metodología y disciplinas auxiliares como las matemáticas o la estadística.
La economía se refiere, en última instancia, a los actos humanos y esos son muy difíciles de analizar y de explicar, y aún más de predecir, pues responden siempre a situaciones nuevas. Cada ser humano es un Adán -o una Eva- que descubre el mundo cada día y reacciona ante él modificándolo, y aprendiendo, claro, pero debe actuar de nuevo sobre eso que ha modificado. Lo que quiero decir con esto es que la actividad humana crea un mundo irrepetible y, por tanto, difícil de componer como conocimiento organizado, aunque los humanos no hemos dejado de intentarlo.
En segundo lugar, porque los seres e instituciones humanas escapan a los seres o instituciones ideales que establecen las escuelas económicas para montar sus teorías. El teóricamente racional homo ecconomicus no se comporta siempre racionalmente, pongo por caso. Ni el mercado es fluido ni transparente, ni satisface a todos por igual. La mano invisible no es necesariamente equitativa en sus evoluciones. Ni tampoco los seres humanos se comportan siempre como seres solidarios que tienen en cuenta en sus hábitos de vida y consumo las necesidades de los demás, sino más bien al contrario.
Como ha señalado siempre la literatura de todas las culturas y como los griegos teorizaron muy pronto, los seres humanos somos seres pasionales; además de razón tenemos pasiones y esas son muy difíciles de prever y de contener. ¿Pueden medirse las pasiones? ¿Pueden cuantificarse? ¿Admiten su inclusión en series estadísticas? Es más, ¿se tienen en cuenta en los sistemas contables a escala de empresa o de Estado, a la hora de hacer un presupuesto o el balance de un año? No digo que nadie las tenga en cuenta, ojo, si no que sea capaz de cuantificarlas. Por ejemplo, de cara al consumo, la publicidad las tiene en cuenta para orientar hacia el consumo compulsivo, pero no es capaz de cuantificar su magnitud ni de predecir el grado de su efecto sobre los consumidores.
En tercer lugar la economía es una ciencia paradójica que se refiere al uso de bienes escasos (hasta hace poco, en un planeta de recursos presuntamente infinitos), entre individuos que no tienen las mismas necesidades ni los mismos intereses, que pueden conducir, y de hecho conducen, a relaciones conflictivas. Y ahí está el gran lío. De ahí ha venido la impotencia de las teorías económicas por sí mismas no sólo para llevarse a la práctica sino para explicar la conducta humana, razón por la cual han necesitado el apoyo de la política, de los gobiernos, la acción de Estado.
Es curioso que dos escuelas económicas antagónicas -la ultraliberal del citado Milton Friedman y la marxista o comunista- hayan necesitado el apoyo de estados fuertes (dictatoriales) para poder aplicarse con mayor pureza.
En el caso del modelo ultraliberal de Chicago, en la dictadura de Pinochet, donde una parte de los agentes que componen el mercado -los trabajadores como poseedores de la fuerza de trabajo y como consumidores- permanecían bajo un régimen político de excepción, mientras otros agentes iban a su aire o eran favorecidos por ese mismo Estado que actuaba para engrandecer el ámbito del mercado (privatizaciones, entre otras).
El otro caso, es el de la economía centralizada y planificada soviética, donde el Gosplan se reveló impotente para predecir, orientar y satisfacer las necesidades de consumo de la población rusa, incluso las más perentorias. ¿Es posible imaginar que un organismo centralizado, por muy dotado de métodos matemáticos que esté, pueda predecir el comportamiento cotidiano de millones de voluntades?
Pues, yo creo, modestamente, que no, pero yo no soy nadie. Y doctores tiene la ciencia, que saben más que yo.
Y acabo aquí para no ser un plomo.
Saludos Fray Pepe

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